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jueves, 31 de marzo de 2011

Anthony Yupanqui Lorenzo


Escritor: cuentista y guionista.

Investigador académico de Antropología Religiosa en el Perú. Filólogo, exégeta y crítico de textos antiguos en griego coiné y hebreo antiguo.

Entre sus cuentos más afamados se encuentran: “Maribel, qué mala eres”, “Un mundo diferente”, “Calatos”, entre otros.

Actualmente trabaja como Negro Literario y editor freelance.

Su obra :




La retribución




Nos conocimos por culpa de Lucía, ella hablaba maravillas de la inteligencia de Gabriel, la cual calificaba de profunda y sobrecogedora, dos adjetivos que, desde luego, me ocasionarían desconfianza e interés, al mismo tiempo, en medidas desiguales; el interés, para quienes, como yo, están condenados a aprender –porque nunca sabrán lo suficiente y, lo que saben, que desde luego es poco, es susceptible a cambiar–, está por encima de la desconfianza. Así, pues, un día de Abril, si mal no recuerdo, nos conocimos. Gabriel estaría en la casa de Lucía por algunos días mientras esperaba un depósito de Brasil de parte de su novia, la remesa mensual, el precio de tener por novio a un peruano intelectual, aspirante a escritor y a cantante de vals. Al menos, eso pensaba yo por lo que me había contado Lucía, hasta que lo conocí, y ¡vaya sorpresa que recibí!, un baldazo de aserrín que se le escapaba de la cabeza por las orejas. Gabriel me esperaba frente al televisor de la sala, el más antiguo de color negro, de espalda larga que tenía que descansar de cuando en cuando para subsistir. Era un artefacto melancólico. Pero más lamentable resultó el ser humano que descansaba frente a la pantalla. Poseía un vientre abultado, muslos enormes, era de piel morena y sus ojos enormes y estáticos parecían vacíos. Soy Gabriel, tú debes ser Sebastián, Lucía habla de ti hasta el cansancio, debes ser sumamente encantador y sobre todo un buen amante, tú, que eres hombre, y muy hombre al parecer, a juzgar por cómo la tienes, a ella, claro está, porque lo otro no sé cómo la tendrás, no he tenido el placer de conocerlo, ni quiero conocerlo, valga la aclaración, buen hombre, qué valga, sí señor, porque para malos entendidos no debería prestarse una presentación, en fin, tú, Sebastián, que pareces entenderlo todo, comprendes esto que estoy trasmitiendo a tu persona, ¿a qué sí?. Me llamo Renato, Gabriel.
El hombre comenzó a sudar y se secó la frente con las manos. Esto es un tanto vergonzoso, pero tanto mejor si incurrí en el error, las cosas que produce el error son imperecederas y resultan ser mejores que los aciertos. Has alojado a un payaso, le dije a Lucía mientras la besaba en la cocina, cómo se te ocurre interrumpir la lectura del buen Balzac para escuchar a éste. Te aprecia, estoy segura, ya viste cómo se presentó, seguramente lo estuvo ensayando toda la noche. Pero creo que quiere vérmela, algo así entendí, es un vulgar. No creo que quiera decepcionarse tan pronto, Renato.
Los tres compartimos el sofá, Lucía y yo nos sentamos uno a cada lado de Gabriel que no se percató de nosotros hasta que empezaron los comerciales. La derecha genera estas interrupciones fílmicas, dijo de pronto malhumorado, por eso no trabajo, por razones principistas, para no darles el gusto a esos canallas. Se te ofrece algo, Gabriel. Sí, cómo no, señorita Lucía, sería tan amable de rascarme la espalda. Pero qué ocurrencia, Gabriel, intervine, encárgate tú mismo de tus pústulas. ¿Pústulas, dices? No me digas ahora que ignoras esa palabra. Me la sé, Sebastián, la atesoro en mi memoria, lo que no hayo es su significado, podría usted ayudarme. Le traeré mejor un diccionario. El mejor diccionario son los amigos, ¿acaso no se considera usted amigo mío? La verdad no, lamento decepcionarte, Gabriel, pero vamos apenas unos minutos interactuando... Entonces seremos enemigos. ¿Te pica aquí? ¡No lo toques, Lucía!, ¿no ves que se ha convertido en mi enemigo? No metas a la señorita Lucía en nuestros pleitos, Sebastián o cómo te llames, eso no es de hombres que se precien acudir al amparo de una dama. Estás loco. Te falta hombría. Lo sé, Gabriel, soy poco hombre, y qué más da. Da qué hablar. ¡Por favor, Lucía! Estoy de acuerdo con la señorita Lucía, das qué hablar, Renato, que sería de ti si, hipotéticamente hablando, Lucía te deja por mí, a ver. Ten en cuenta que llevo varios días conviviendo con ella, bajo el mismo techo, quiero decir.
Corrí al baño a mojarme la cara. Ese tonto, qué se ha creído. ¿Cómo Lucía podía tener por amigo a una persona más terrible que yo? Volví a la sala dejándome los zapatos en el baño. Encontré a Gabriel tirado en el suelo como un reptil, como una foca por lo inmensa y oscura. Lucía le tocaba los hombros. ¿Pero qué es esto? Masajes, pues, tontito. Ya sé, Lucía, a mí no me haces masajes regularmente. ¿Estás celosito, amor? No, para nada, es una observación objetiva. Ya estás hablando como Gabriel. Tampoco tanto, aunque a veces uno tiene que argumentar sandeces. Tus argumentos no se comparan a los míos ni en lo más mínimo, Sebastián. Renato, me llamo Renato. Sí, sí, eso dije. Lucía, por favor, debes ir pensando en sacar de tu casa a este animal. ¡Injuria! Debería denunciarte. Hazlo. Ni creas que te daré el gusto, Sebastián, la mejor venganza es la que uno mismo fabrica, no la que nos imponen las leyes, ya nos veremos las caras en otro contexto. Amén. Señorita Lucía, le pido encarecidamente, que deje de acariciar mi cuello, es tiempo de partir, acabo de ser insultado y lo mejor para mi bienestar es huir. Exageras, Gabriel, mi casa siempre será tu casa, además no eres ningún fugitivo. Todos los fugitivos somos héroes, no me quite usted el privilegio. Nadie te quitará nada, Gabriel.
Cuando Gabriel cerró tras sí la puerta de la casa de Lucía le siguió un mutismo que se prolongó varios minutos. Todo fue culpa mía, se lamentó Lucía, no debí invitarte a venir. Estará bien, no debes preocuparte tanto por él, no es un niño. No lo conoces, Renato, ni te imaginas de lo que es capaz. No me da pena que se haya ido, lo que yo quería era evitar que se enoje, nada más, que se vaya tranquilo, pensé, me equivoqué al pensar que se llevarían bien.
Pasaron casi dos años hasta ayer que no volví a tener noticias de Gabriel. Me ha llegado una invitación para su matrimonio. En la invitación sale una imagen suya con una chica pálida y, sin embargo, de facciones agrestes, cuyo origen hubiera calificado de cajamarquino o chimbotano si no me hubiera percatado de los apellidos de la novia, Rasmussen Fidje, diecinueve años. No me sorprendió encontrar al reverso de la invitación una reseña biográfica –autobiográfica, más bien– de los novios, siendo el espacio de Gabriel mucho más extenso que el de la novia. Intelectual, filósofo, escritor, pensador crítico-social, sociólogo, académico, catedrático provisional, profesor de inglés también provisional, homenajeado en el campo de la investigación en diversas ramas que estaría demás especificar, humanista, agnóstico, hermeneuta, exégeta, administrador a tiempo parcial de una franquicia americana, filólogo, a veces hasta filántropo, sobre todo en navidad, negociante, cinéfilo... en fin, lo importante estaba descrito más abajo: tuvo una vida desenfadada hasta pocos meses antes de conocer a Julie Rasmussen, cumplió con todos sus encargos. La boda se celebraría en Oslo, allí radicaría desde entonces, la invitación era una formalidad absurda, incoherente, como de quien venía.
¿Qué significaba que había cumplido con sus encargos? A lo mejor, pensé, se trataba de una de sus tantas reflexiones trasnochadas. No fue así. Llamé a Lucía por la tarde, y le comenté de la invitación que recibí del matrimonio de Gabriel, ¿te acuerdas de él? Para mi sorpresa, Lucía se echó a llorar con gemidos desesperados, me costó trabajo tranquilizarla, imaginaba su piel marchitándose a la altura de los ojos. ¿Qué te pasa, mujer? Nada, de verdad, pierde cuidado, creo que me va a venir mi periodo. 

Al corazón de María
Lima, 2012



Aprovecho



Aprovecho el invierno para ir a la playa. Me emociona el silencio, la brisa en la cara, la tos, la gripe, las caras tristes de los pescadores y el olor a mingitorio, a vómito, a no sé qué mineral volcánico.
Aprovecho la lluvia para caminar; para caminar y, sobre todo, para mojarme la ropa.
Aprovecho los feriados para trabajar el doble y parecer el hombre ocupado que no soy.
Aprovecho el Facebook para molestar a los que no me caen bien, para desilusionar a las personas que me quieren, para que mis amigos –que en la vida real son muy pocos– se ahorren la fatiga de visitarme, de salir conmigo y de intentar entenderme.
No aprovecho bien el tiempo, siempre me sobra demasiado.
No me aprovecho de la buena situación de mis padres, he aprendido a vivir con mis propios recursos, a veces con austeridad y otras con opulencia.
No me aprovecho de mis amigos porque no los tengo. Y los dos o tres que, digamos, son mis amigos, jamás están conmigo. En consecuencia no podría aprovecharme de ellos.
Aprovecho ir a las librerías para memorizar el título de los libros que compraré Amazonas.
Aprovecho mis cumpleaños para conseguir más libros originales –valga la aclaración– como regalo. A cada familiar bien avenido le corresponde uno o más títulos diferentes, según su status económico.
No me aprovecho de mi chica cuando salimos a pasear, más bien ella se aprovecha de mí.
A veces aprovecho una sala de cine para dormir.
Aprovecho la ciudad satélite de Santa Rosa para comer Tacacho con Cecina; la avenida Arica para los sándwiches de pavo; el parque Kennedy para una riquísima mazamorra sucia; y Larcomar la aprovecho para ir al baño sin gastar.
No me aprovecho de los ingenuos, todo lo contrario, los respeto y a algunos hasta los admiro. De ellos debe ser el reino de los cielosporque el reino de la tierra pertenece a los perversos.
Mi chica y yo aprovechamos el tiempo libre que compartimos para engordar con pizzas o pollos a la brasa.
Aprovecho el departamento de mi abuelo para escribir. Pero más lo aprovecho para leer, leer y leer. Y dormir.
Aprovecho las noches para escribir.
Aprovecho escribir para no llorar…



Se va, se va…




Un airecito tibio buscaba devolvernos la alegría. Olía a eucalipto, olía a tierra mojada. Puse mi mirada en los ojos apacibles de Azucena mientras ella hablaba de no sé qué. No la escuchaba, más bien, la escuchaba sin oírla. Sentía ganas de gobernar sobre el tiempo y hacer que los segundos sean horas y las horas duren lo que dura un día. Azucena seguía hablando y explicándome muchas cosas que yo no alcanzaba a comprender. Sólo sé que se va a Paraguay, ya me lo había anticipado hace un mes, cuando nos hicimos amigos en las orillas del río Hablador.
Estoy triste de que se vaya. Estoy alegre de que esté aquí. Estoy triste y feliz al mismo tiempo. Estoy confundido. Azucena me ha educado en el amor a Dios y al prójimo. Sonríe y me abraza fuerte, sé que se está despidiendo con ese gesto de ternura porque Azucena nunca me ha abrazado así. Yo también la abrazo y le digo que es una gran amiga y que bendito el día cuando enloquecí y deambulé por el río Hablador y me encontró. Suelta una carcajada, me asegura –como futura psicóloga– que estoy condenadamente loco.
Azucena me quiere, yo también la quiero y la voy a extrañar. Quiero que me vuelva a abrazar, pero sé que no lo hará. Me pide que oremos juntos. Oramos. Azucena empieza a llorar, dice que va a extrañar la universidad y a sus padres –que acaban de venir de la selva– y a mí que tanto la hago reír. Me habla de Dios, me hace prometerle que voy a buscar a Dios en las primeras horas de cada amanecer. Me conmueven sus palabras y la abrazo despacio con recelo y temor a que me rechace; no lo hace. Le digo que su amistad ha sido indispensable para mi salud mental, que voy a orar siempre por ella. Después le enseño mi dedo meñique. Azucena me mira confundida. Le digo que tenemos que juntar nuestros dedos meñiques y sellar nuestra amistad –son los dedos meñiques o nos escupimos en la mano y la palmeamos, Azucena, tú dirás, o nos cortamos las venas de la muñeca y fusionamos nuestras sangres–; suelta otra carcajada entrañable, me muestra su dedo meñique divertida y con una mirada cómplice.
En cualquier momento llegará Eduardo y se nos unirá, pero Azucena me dice que no quiere que Eduardo venga hoy. Yo tampoco quiero ver a Eduardo, siempre está hablándonos de sus infinitos problemas de amor y desventura. Pero Eduardo es nuestro amigo y mañana se irá a Puno a ver a su familia. Azucena dice que Eduardo es un tonto y un holgazán, pero que es gracioso y eso le salva. Le digo que oremos por Eduardo para que deje de ser tonto y holgazán. Azucena me mira molesta, piensa que me estoy burlando de ella, pero no es así, cuando estoy con ella me da ganas de orar por todos. Se lo hago saber. Se tranquiliza.
Una pareja de novios pasa por nuestro costado besándose, quizá despidiéndose. Azucena tiene los ojos dirigidos al suelo, se ruboriza al ver a las personas besarse en la boca. Azucena nunca ha tenido novio pese a ser bonita. Yo sé que Azucena se casará con un hombre bueno, a lo mejor con un pastor de iglesia noble e inteligente como es ella. Alguien inocuo que apenas la bese.
Le pregunto si ella está segura que mis oraciones llegarán hasta Paraguay. Azucena no lo duda. Cambia de tema, me pide que nos vayamos antes que Eduardo aparezca.
Nos vamos.
La acompaño hasta su departamento, allí vive con su hermana Luz. Nos despedimos, ambos sabemos que probablemente no nos volveremos a ver. Me dice que le despida de Eduardo.
Se dispone a entrar, pero la cojo de las manos. Me mira impávida mientras sostengo ambas manos con reverencia, como un acto de gratitud. Quiero besarle las manos y, si es posible, los pies. Agacho la cabeza con una solemnidad infranqueable, como si hundiera mi quijada en el pecho. “Gracias”, le digo y unas lágrimas se aproximan a mis ojos y caen despacio por mis mejillas. Azucena suspira y me susurra un versículo de la Biblia. Elevo mi rostro lentamente hasta encontrar sus ojos en los míos.
Me inunda una paz indecible.
Azucena no es humana, es un ángel.
Noviembre, 2010

Anthony Yupanqui Lorenzo

3 comentarios:

  1. Bienvenido Anthony por pertenecer a este mundo de reunión de letras.Gracias por participar y estar aquí.
    Un saludo

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  2. felicidades para este escritor peruano,he disfrutado con sus escritos y me han parecido maravillosos,gracias por compartirlos!!!!

    un fuerte abrazo para todos y feliz fin de semana amigos!!

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  3. ¡¡¡feliz de verte en este portal estimado Anthony!!!... las Letras peruanas prontamente hablarán de ti, es un augurio, felicidades, desde Chile, Ro

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