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jueves, 9 de junio de 2011

Blanca Langa Hernández

Blanca Langa Hernández nace en Zaragoza el 3 de junio de 1958. Sin embargo, sus raíces, están en Montón de Jiloca, donde pasó su infancia. Allí despertó su pasión por la lectura y descubrió que quería dedicarse a la enseñanza. Empezó muy pronto a escribir poesía. Le gustaba -y le gusta- escuchar cuentos. Una de las mejores escuelas literarias, pues tuvo la suerte de estar rodeada de buenos narradores e, influenciada por ellos, escribió cuentos para niños; género al que aún dedica algunas de las horas que consigue robarle a la poesía.
En 1988 recibe el premio “Gerardo Diego” de la Diputación de Soria por el libro “Cementerio de gorriones” (Soria, 1989), un libro sobre recuerdos de infancia.
Una breve selección de su obra aparece publicada en “Poemas a viva voz III” (Institución “Fernando el Católico”, 1994).
Su segundo libro “Tal vez sea la luz” (Centro de Estudios Bilbilitanos, I.F.C., Calatayud, 1996), recoge el poema “Las últimas palabras”, premiado en el “Concurso literario para personal del M.E.C., 1996″.
En 1999 su libro “Franjas de sombra” recibió el premio de Poesía “Santa Isabel de Aragón, reina de Portugal”
En “Franjas de sombra” nos cuenta las historias de unos seres humanos a quienes la tristeza, la soledad, el desamor o la ausencia les ha llevado al límite.Algunos, los más débiles, deciden cruzar la frontera del miedo. Otros, los supervivientes, se enfrentan a él e intentan escapar a la atracción del vacío.
Ha publicado dos relatos: “Ellas”, dedicado a sus maestras de la infancia (revista del CPR de Calatayud) y “Kamar”. (Revista “Zangalleta”, junio 2003) Autora de varios cuentos infantiles (como “Julián y los arboninos”) y de relatos breves

 

Carta a Patricia Lajusticia Gimeno




Querida Patricia:
Nada de lo que yo pueda decirte ahora va a curarte el dolor. Todas las madres son únicas y especiales para sus hijos, y por eso mismo, son inolvidables. Con sus virtudes y sus defectos, con sus luces y sus sombras, con sus momentos de cariño y sus momentos de ternura. Cada una ha tricotado bufandas de estrellas para abrigarnos el alma antes de dejarnos marchar hacia la escuela, ha preparado bocadillos de coraje y nos los ha metido en la cartera de los miedos, ha recitado conjuros mágicos contra los monstruos de nuestras pesadillas, ha cogido nuestra mano en medio de una tempestad de toses y estornudos. Cada madre, Patricia, ha recosido nuestras alas rotas después de una pelea con nuestros mejores amigos, ha encontrado la solución a un problema de Matemáticas, ha resuelto un enigma complicado (¿me querrá, no me querrá?) que nos desvelaba, nos ha puesto un vaso de leche caliente sobre la mesa, ha secado millones de lágrimas y ha zurcido sin prisas los agujeros grandes de nuestro corazón. Todo eso es lo que tú conoces de la tuya.
Pero permíteme que te hable yo un poquito de esa mujer que compartió toda tu vida contigo y pasó muchos años por la mía. De Conchita Gimeno, mi maestra. Es decir, Mi Maestra, con letras grandes, rotundas y mayúsculas. Porque ¿sabes, Patricia? Yo he tenido la suerte de tener tres maravillosas maestras en mi vida: Pilar Cañete, Julita Díaz y Conchita Gimeno. A todas las quise mucho, a todas las sigo queriendo muchísimo, y por las tres siento, además de un gran cariño, un profundo respeto y un inmenso agradecimiento. De tu madre siempre recuerdo su sonrisa de ánimo, su alegría contagiosa. Como escribí hace unos años, era dulce y buena con nosotras, pero firme y severa a la vez. Tenía esa rara paciencia que nos hace más llevaderos los fracasos. La paciencia de explicar las cosas sin alterarse, incluso cuando nos habíamos despistado del desarrollo de la clase.
Gracias a tu madre, Patricia, aprendí a disfrutar de las cosas  sencillas, a valorar los pequeños detalles, a sonreír entre las lágrimas, a agradecer a la vida cada segundo de felicidad, aprendí a ser más justa y más humana.  De ella aprendí también a sumar sueños y a bordar flores, a intentar ponerme en el lugar del otro cuando me siento herida, a celebrar los pequeños y grandes logros de mis amigos tanto como los míos propios.
De ella recibí, además, un maravilloso, un raro y valiosísimo regalo. Me regaló una isla llena de tesoros que nadie me ha podido nunca jamás arrebatar, una isla donde puedo cobijar mi miedo y mi tristeza, mi risa y mi alegría, mi luz y mi esperanza; una isla donde aún habitan hadas y elfos, príncipes y princesas que duermen, y se despiertan al cabo de cien años; una isla que está llena de historias que suenan con su voz y con la voz de muchos de mis viejos profesores: me regaló la pasión por la lectura. Necesitaría miles de vidas para poder vivir miles de libros. Así era Mi Maestra -tu madre-, Patricia.
“Ella te quería mucho”, dices al abrazarnos, antes de entrar en la iglesia. “Yo, también  -te contesto-. Era muy especial”. Todas las madres lo son para sus hijos. Pero la tuya también era, es y será siempre única y especial para todos los que tuvimos la suerte de tenerla como maestra. Para todos los que fuimos sus alumnos.
Nada de lo que yo pueda decirte ahora va a curarte el dolor, y yo lo sé. Pero necesitaba intentar abrigarte un poquito el alma y ponerte una tirita de cariño. Como ella hacía siempre con nosotros, los niños de entonces. Como ha hecho siempre con los adultos que somos ahora.
No estás sola, Patricia. Tú nunca estarás sola, créeme. Un día te darás cuenta de que aquellos que quisimos y nos quisieron, que queremos aún, nos acompañan siempre, porque nunca se van completamente, porque se quedan anclados en nuestro corazón. Lo más hermoso que podemos hacer por ellos es recordarlos con amor, con serenidad y con ternura. Sé que lo vas a hacer.
Cuídate mucho, Patricia. Ella te mira. Así que, cuídate tanto como ella te cuidaría. Todo sea por verla sonreír, con su sonrisa dulce,  eternamente.
Un abrazo muy grande,
Blanca

La piel del tigre



   Dice un viejo proverbio malayo: “no vendas la piel del tigre antes de matarlo”. Eso me ha pasado hoy: que vendí la piel de un hermoso tigre y aún no sabía cómo iba a cazarlo. Me explico: me levanté aparentemente bien y me puse a escribir con alegría en este blog. Pero no había pasado ni media hora, cuando empezó otra vez la espiral de fiebre, dolor, naúseas… ¡Qué se le va a hacer! Creo que yo he vendido no una piel de tigre, sino varias. ¡Qué razón tienen siempre los viejos proverbios

Blanca

3 comentarios:

  1. Bienvenida a este blog .Gracias por compartir tus letras con todos y para todos.
    Un saludo

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  2. Hola Banca amiga de letras bienvenida a esta tu casa bloguera. Me encanto leer tus obras y saber un poco más de ti, con tu biografía.

    Besos de colores y de luz para ti Blanca.

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  3. Me gustan mucho tus escritos. Me alegra compartir blog contigo.
    Un abrazo
    Áurea

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