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lunes, 23 de enero de 2012

Gastón Segura



Gastón Segura nació en Villena (Alicante), en 1961. Se trasladó a Caudete (Albacete) a los siete años, y entre ambos pueblos pasó su vida hasta que se marchó a Valencia para licenciarse en Filosofía. En 1990 se instala en Madrid y, tras probar suerte en diversos oficios, 1996 decide dejarlo todo para dedicarse a la escritura.
En 1990 fue finalista absoluto del XXIII Premio Azorín de Novela (1999) con su primera novela Las calicatas por la santa Librada, y en 2003 de nuevo finalista absoluto del Premio Blasco Ibáñez con El dragón mellado (novela casi rosa). Ha publicado las crónicas históricas A la sombra de Franco (2004) e Ifni: la guerra que silenció Franco (2006), la crónica El coro de la danza (2006) y la novela Stopper (2008), y el ensayo Gaudí o el clamor de la piedra (2011).

Su Obra:

Keynes y el "fondo de armario"




Los fenómenos más cotidianos a veces descubren su sentido más certero cuando menos lo esperamos. Por ejemplo, me acaba de suceder con las “rebajas”, que ahora mismo pregonan todos los escaparates de Madrid con unos descuentos de sobresalto. La verdad, yo siempre las había considerado como el momento oportuno para cambiar esos tejanos que de puro usados se deshilachaban por la costura más indecorosa o para jubilar aquellas otras botas que, de tan gastadas, me bastaba con mirarlas para fuesen y volviesen solas del estanco. Pero, no; las rebajas —me lo explicó la semana pasada, durante la cena— sirven para otro fin más sutil y necesario: renovar el “fondo de armario”.
El “fondo de armario”, ya saben ustedes, es ese grupo de prendas modositas que presentan dos virtudes básicas: no pasarse de moda durante unas cuantas temporadas y su capacidad de combinar con casi todo, de manera que resultan, bien conjuntadas, igual de apropiadas en un cocktail de media tarde como en una matinée campestre; total, que aportan variedad y salvan de cualquier apuro. Pero he aquí el problema: los armarios tienen un límite y como ella no deja de picotear en las rebajas, pues hay que deshacerse de las antiguas —algunas casi sin estrenar— para hacer hueco a las nuevas. Y ya me tiene a mí con un bolsón yendo a un ropero de Caritas para donar las desechadas.
Y supongo que tanto por este casi luctuoso encargo como por los grupos de mendigos que, recientemente, me encuentro durmiendo a la intemperie cuando, cada lunes, acudo a la tertulia del Café Estar, se me sublevó eso que antes llamábamos “tomar conciencia”. Al punto que, ayer, cuando regresó de su despacho, me desahogué a gusto.
—¿Despilfarradora yo? —me respondió sorprendida— ¿Y que no me doy cuenta de la situación tan apurada en que vive el país?
—Sí, señora; así es.
—Pero mi vida, ¿acaso no ves que lo peor que le puede suceder al país es que dejemos de consumir? Empeñarse en ahorrar, en estas circunstancias, equivaldría al colapso.
—Ah —balbucí mientras se me iluminaron en la mollera las teorías de don John Maynard Keynes. Y rápidamente repuse:— Oye, ¿y por qué no le explica alguien lo del “fondo de armario” a la señora Merkel?
—Idiota.
Gastón Segura

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