Sergio Miguel Simón Palma Nace en Tonalá, Chiapas; México el 13 de
febrero de 1986 en la costa del sureste mexicano: La Tierra del sol.
También Terruño del poeta Joaquín
Vazquez Aguilar y del ceramista Rodolfo
Disner Clavería. Palma es un fotógrafo
de arte y escritor de la nueva generación que tan joven gesta su obra visual y
literaria en la costa chiapaneca. Egresa
en 2010 de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana de la
Universidad Autónoma de Chiapas; Facultad de humanidades. Se matricula con la
tesis titulada: "El surrealismo en el poema piedra de sol de Octavio Paz".
Cursa en la licenciatura las optativas de crítica cinematográfica y guión
cinematográfico que le despierta el interés por las artes visuales. Colabora en
el suplemento cultural Yuria como crítico de cine que dirige el poeta y
catedrático colombiano Ricardo Cuellar Valencia. Mantiene el registro de una
colección de cuentos eróticos, y de la
colección fotográfica titulada El ojo acuoso. Ha publicado en México
Desconocido, La membrana: Revista fotográfica. Funda
el primer grupo de arte en su ciudad natal que lleva el nombre de Onírica
30500. Autor de los relatos La última pesca de mi padre, Antonela y
el joven Pastor; y varios videos-documentales.
En la rama
fotográfica, ha captado con su lente la melancolía del mar en cálidos
atardeceres(Puerto Paredón, Cabeza de toro, Puerto Arista) que en
su momento poetizó Joaquín Vasquez Aguilar. Jamás se olvida de su gente mulata,
de las rarezas de la vida, y los sueños
que tejieron su infancia.
Su obra :
La última pesca de mi padre
Sergio
Miguel Simón Palma
Mi padre era pescador de la bahía de Paredón. Era un Hombre firme como
el tallo del mangresal, de ojos negros que revivían
con la luz tenue del candil en noches de pesca. La mar era su segunda
musa y el cayuco
su fe incrédula que rompía
el himen de las aguas mansas al
zarpar en madrugadas de hambre. Mi viejo
era padre de las aves, e incluso amante
de sirenas envejecidas.
Cuando regresaba de pesca en la mocedad
de la madrugada, traía todo tipo de pescado: mojarra, bagre, macabil, jaibón y a
veces un par de cuatro ojos que se colaban en el chinchorro; no se diga
de camarones y pigüas frescas en épocas de vendabal frío. Yo
admiraba su valentía. Era un viejo que no temía a la furia de los mares y mucho menos a los cánticos de Eolo.
Pero un día, como todo héroe ejemplar, fue
traicionado por el báculo de la muerte. Él jamás regresó a casa en aquella noche de lluvia intensa del mes de Mayo. Creo
que Poseidón me lo dejó prisionero en cavernas
enfermas de eco: Mi padre era mi inspiración, mi motivo a seguir, parte
de mi ser. Ahora, su nombre es verbo de
dolor. ¿Qué podía yo hacer ahora sin él? -Sería una tontería reclamarle a la
mar-; pues mi padre era un simple mortal
como todo hombre olvidado por Dios sobre
la faz de la tierra.
He de confesar que ése día que mi padre ya
no volvió, la mar era mí enemiga; había purgado lo que quedaba de mí vida con
su sal maldita. -¡Lloré amargamente!-, y cuando clamaba ángeles a mi lado, los ingratos querubines se perdían en el festín de orgías trémulas.
Despechado y herido; tal como se destierra la sonrisa de los labios, me quedé
vacío. Sin fe. Donde solo queda el concepto de Dios sin creer en Él.
Al siguiente día que era domingo, salí muy
desesperado como un demente sin rumbo alguno. Caminé por toda la playa para
encontrar su barca de nogal brasileño; pero las olas se burlaban con brisas
pálidas en celo: Orgías inquietas. Eran un niño envejecido que contemplaba su funeral con la
luz hermafrodita del sol cobrizo
que se ocultaba en el corazón del
Oriente.
Tras mis pasos cansados y con sed en el alma, decidí regresar a casa
derrotado. Durante mi camino escuchaba el canto del faisán que entonaba
melodías otoñales, pálidas gaviotas que
picoteaban el burel asoleado a orilla
del estero. Mí paredón ya no era mi nación, sino el cementerio de mi dolor: Un pequeño paraíso de
dolor.
Cuando entré a casa, mi madre ya no estaba en
el trepil donde tejía a diario sus mantas. Desesperado dirigí la mirada como
paneo de Panavision hacia el altar ausente de plegarias. Faltaba en la
escenografía cristera la fotografía de casamiento, el retrato del abuelo y la
estampa de mi difunto primo Bladimir Pineda. Pronto, mis ojos se tiñeron de
dolor al conversar con la soledad. Intuía
que un segundo entierro se repetiría al no ver a mi madre vistiendo
carne; sentía muy en mí corazonada la mítica sensación de que
mi padre viniera del inframundo para llevársela. Sin embargo,
la fe embalsamó mi corazón trás verla
sentada en el muelle cercano a casa, quizá a cincuenta metros de distancia. Y
es que sino fuése por el bullicio de las
aves, no me hubiera dado cuenta de dónde estaba. Entonces, aceleré mis pasos, y
llegué ante la presencia de su rostro erosionado por elegías del dolor. Al
parecer estaba muy aturdida por los fantasma de la locura. Pero eso sí, siempre
aferrada a los cantos de la vida con
el viejo retrato entre sus brazos de su casamiento.
Y así pasaron días y meses que a diario iba
al muelle, hasta quedarse con el tiempo para siempre. Mi madre estaba muerta en
vida, obediente a su demencia y reclamándole a la mar sus penitencias. Era un
dolor en mis entrañas al ver su cuerpo en la persistencia de la vida; tan seca
y pálida como las hojas del magresal en verano. Ciertamente su alma al
estar vencida, me desesperaba día con
día.
Una mañana,
me acerqué discretamente a ella y le toqué su hombro deshidrato. Mi viejecita
me devolvió la mirada extraviada sin reconocerme, se aferraba al decirme en
repetidas ocasiones que su amado era
traído por sirenas de oro; y que un caballo alado de color rojo venía a tomar su baño a medianoche en las
frías aguas. -Yo sin contradecirle, le
decía que sí-...
Desde ese momento, entendí que doña Emilia, mi
madrecita adorada estaba muerta en su psicosis maniacodepresiva; creyendo en
falsas ilusiones de que mí padre aún
volvería. Pasaron tardes y mañanas
interminables, le veía con dolor en
aquel muelle lacerado por anclas oxidadas y
picado por almejas ciegas.
Hasta ahora,
han pasado quince
años de duelo. Mi madre se ha
quedado sola frente a las aguas necias de la mar, saludando a los hijos de
Ícaro, a seres del firmamento que son dibujados por la
demencia. Según mi madrina Estela, la oye conversar con seres marinos; e incluso
acaricia las gaviotas tiernas para darles calor. Yo solo sé que mi madre era
tan buena como la luz del día; pero ahora, la veo muerta ante mis ojos de un hombre maduro.
Cuando
vayas al muelle, jamás le preguntes a
quién espera. Solo observa su pálida sombra que parpadea en el reflejo
del agua espesa. Moverá sus labios, y te preguntará la hora y el día; el mes y el año: Pero dile que "sí" a sus peticiones
enfermas. Observar el lento inclinar de su rostro fraguado por el
viento a peticiones del cangrejo enfermo. Se reirá y reirá como las ondas del
agua al expandirse tras caer la débil piedra.
¿Saben?...Ayer fue un día especial por ser navidad. Le llevé flores y pan, y le dije: -¡Hola mamá!-. Ella, me vio a los
ojos, y con un verbo violento me preguntó si los mares abortaban
cadáveres (con un tono psicótico).
-No lo sé- le dije. Pronto
estreché su cuerpo hasta escuchar tronar
los hueso de su pecho. Me perdía en llantos, y ella se perdía en mis tibios
brazos. Cerre mis ojos y recordé aquellos años
cuando vivía mi difunto padre: Hombre sabio y valiente que se fue para
siempre en el estómago de cuarzo del mes
de Mayo.
Relato dedicado a la
señora Emilia Núñez, mi abuela.
CADÁVER.
Sergio Miguel
Simón Palma
Escultura de arcilla,orquídea ardiente, polvo gris
injerto de Dios, sarcasmo del diablo, arquitectura de huesos;
obedeces a la muerte como las olas al viento,el orgullo a la soberbia,
el tiempo al péndulo, el río a su cauce.
Cadáver rígido;
Brazo de nogal
cuerdas de violín
hueso
de marfil
corazón de piedra...
Cadáver frío;
aliento eólico,
lágrima de nutria
sangre rancia
eco sordo...
Cadáver
podrido y maloliente:
Gangrena espiritual
ojo de pantano
aroma a pecado
fiambre húmedo;
aborto demoniaco que en cenizas infernales te evaporas para condensarte
en perfume azufrado. Del polvo naciste, y en polvo
has muerto;como muerto los días postrados en la memoria del Cristo negro.